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La rana que no sabia que estaba hervida

LA RANA  EN UNA CAZUELA CON AGUA:

¿ESTAMOS YA  MEDIO HERVIDOS?

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Imaginen una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana, esto le parece bastante agradable, y sigue nadando.
La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle a la rana. Pero ella no se inquieta, y además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia.
Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar, a tratar de adaptarse y no hace nada más.
Así, la temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acabe hervida y muera sin haber realizado el menor esfuerzo por salir de la cazuela.
Si la hubiéramos sumergido de golpe en una cazuela con el agua a 50 grados, de una sola zancada ella se habría puesto a salvo, saltando fuera del recipiente2.

Es un experimento rico en enseñanzas. Nos demuestra que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía por nuestra parte. ¿No es precisamente lo que hoy se observa en muchos ámbitos?

La salud, por ejemplo, llega a deteriorarse de una manera lenta, pero segura. Muchas veces la enfermedad es consecuencia de una alimentación desvitalizada, industrializada, cargada de grasas y tóxicos. Lo cual se une a la falta de ejercicio, al estrés y a una gestión desacertada de las emociones y de las relaciones vitales. Algunas enfermedades tardan así diez, veinte o treinta años en manifestarse. Lo que nuestro organismo resiste hasta llegar a la saturación de toxinas, de tensiones, de bloqueos, de cosas que nos guardamos sin decirlas jamás, de anhelos reprimidos. Los pequeños malestares, sin darnos cuenta, van ejerciendo su efecto acumulativo, lo que, unido a la pérdida de sensibilidad y de vitalidad, determina que no reaccionemos frente a ese debilitamiento inadvertido de nuestra salud. Hasta que aparecen patologías más profundas, más severas y, sobre todo, más difíciles de tratar.
Muchas parejas viven también una degradación progresiva, pero de otro género. ¿Quién podría decir "esta pareja empezó a funcionar mal a partir del 23 de noviembre a las 15 horas..."? No. La descomposición de unas relaciones que no se cultivan, ocurre lentamente. Los silencios, las incomprensiones, los rencores se acumulan, sin recibir tratamiento, sin haber sido comentados con franqueza para ponernos juntos a buscar soluciones. Como un jardín desatendido en el que hacen su aparición las malas hierbas, en el que va cundiendo gradualmente la anarquía, la pareja que descuida su relación no se da cuenta de cómo ésta empieza a declinar de modo imperceptible, pero constante, hasta el momento en que la situación se hace insoportable. De ahí los elevados índices de divorcios que ofrece la sociedad moderna (por no hablar de las separaciones informales, que no figuran en las estadísticas).
En el ámbito agrícola y medioambiental, la alegoría de la rana hervida nos habla de la intoxicación progresiva de las tierras, del aire y del agua, muchísimo más insidiosa y peligrosa que las grandes catástrofes de que se hacen eco los medios de comunicación. Saturados de productos químicos (abonos artificiales, pesticidas), los suelos pierden su masa mineral imperceptiblemente, año tras año. A medida que pasa el tiempo, se necesitan cada vez más estímulos para que la tierra siga produciendo. A este paso, llegaremos a tener que aportarle más de lo que produce en forma de cosechas. Igualmente, y además de las grandes contaminaciones que figuran como titulares de prensa, como la del Prestige, son mucho más de temer los vertidos cotidianos, las contaminaciones crónicas de que son víctimas los mares y los océanos. Porque su peligrosidad es mayor, tanto por el volumen acumulado como por su efecto gradual, lento, poco visible pero muy temible. Y que no ha provocado, de momento, ningún "brinco de la rana" que la saque (es decir, que nos saque a nosotros) de esas aguas nauseabundas.
En el aspecto social, se observa una decadencia constante, incesante, de la moral y de la ética. Año tras año prosigue esa degradación, aunque con lentitud suficiente para que pocos de nosotros nos inquietemos. Como en el supuesto de la rana bruscamente sumergida en un agua a 50 grados de temperatura, bastaría tomar a un ciudadano medio de los años ochenta, por ejemplo, y sentarlo frente a un televisor actual, o invitarle a leer los periódicos de nuestros días. Indudablemente, seríamos testigos de una reacción de asombro y de incredulidad. A esa persona le costaría creer que se hayan llegado a publicar unos artículos tan mediocres en el fondo y tan irrespetuosos en las formas como los que hoy leemos con frecuencia, ni que pasen por la pantalla unas emisiones tan descerebradas como las que se nos proponen todos los días. La creciente invasión de la vulgaridad y la grosería, la desaparición de los criterios de referencia y de la moral, el relativismo ético, se han impuesto entre nosotros tan insidiosamente que pocos han reparado en ello ni lo han denunciado. De tal manera que, si pudiéramos trasladarnos al año 2025 para observar lo que ha sido de nuestro mundo si se prolongan las tendencias actuales, probablemente nosotros también quedaríamos estupefactos. Tanto más, por cuanto parece que el fenómeno se acelera (y lo que hace posible esa aceleración es la velocidad a la cual, bombardeados por las nuevas informaciones, desaparecen para nosotros todos los marcos de referencia estables). Observemos de paso la unanimidad del cine de ciencia-ficción, en el sentido de presentarnos unos futuros universos "hipertecnológicos" de lo más sombríos.

Podría seguir exponiendo otros ejemplos del mismo fenómeno tomados de la política o de la enseñanza, pongamos por caso. Pero el principio mismo es bastante patente, y cualquiera puede observar sus múltiples manifestaciones.

 

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Autor: Olivier Clerc

Nació y se educó en Ginebra. Actualmente tiene 44 años y vive en la Borgoña francesa. Editor, escritor y traductor, es especialista en bienestar y desarrollo personal. En sus diferentes libros, ha ido tocando las más diversas disciplinas, filosofía, medicina, religión, psicología, siempre con el mismo objetivo, contribuir al equilibrio de la persona.
LA RANA QUE NO SABÍA QUE ESTABA HERVIDA ha tenido gran éxito en Francia y próximamente se va a editar en media docena de países.

"El libro de Clerc nos explica claramente la necesidad de adaptarnos a los cambios y la compleja labor de percibirlos. Le Nouvel Economiste

"Un libro sorprendente y lleno de sabiduría. Revista Psychologies

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